- Debe estar congelado
- Vamos, vamos a caminar
- ¿No tienes frío?
- ¿No tienes ganas de caminar?
- No
- Pero que aburrido Gustavo.
Tenías la nariz fría cuando me desperté. Las pequeñas pecas en su espalda y su cabello, quería ver su rostro, no quería moverme para que no se despierte pero quería que volteara a verme ahí, como la noche anterior. La ventana opaca por la niebla que bajaba, con el cielo que se caía para recordarnos el invierno y mis dedos sobre tu hombro ¿y si tenías frío? Quería sigas el final de mis pasos hasta la puerta del cuarto y me pidieras que regrese. No te despertaste y sólo tu gato me siguió hasta la puerta como para cerciorarse que cierre. El ascensor no llegaba y las hermanas del 64 salieron. Mirada directa a la camisa fuera del pantalón y a los zapatos en la mano. Esta vez mi sonrisa no fue suficiente para evitar los cuchicheos en un francés masticado por las dos solteronas. El primer piso se hacía eterno y la luz nunca se iba a prender. Tocamos fondo y las puertas al fin se abrieron. Ahí en el piso me puse los zapatos y paré el taxi, miré pero tampoco saliste por la ventana.
Llegué al estudio con el celular en la mano, por si vibraba, por sonaba. Ni uno ni otro, ni ruido ni luz. Estaban las modelos, estaban las luces y seguía sin poder ver el ángulo, no encontraba la luz ni la composición. Tenía el celular en el bolsillo, el blackberry muy cerca y ninguno sonaba. Ni en el almuerzo ni para la cena, tampoco en el octavo café de la madrugada. No llamaste sino hasta dos días para pedirme el disco de Nina Simone que me encargaste, me pediste que lo envuelva porque era para un regalo. Encargaste el vinilo hace 3 semanas, mejor que lo dejen en tu casa dijiste, te ibas de viaje sin mayor aviso. Mi casa, tenías llave, ropa y sin embargo nunca me tocaste más que como amigo, nunca me miraste hasta aquella noche para que a la mañana siguiente siguieras durmiendo.
- Vamos a cenar y te llevó el disco.
- Tengo una cena, pero paso por tu casa a las 6.
- Está bien.
La voz de Simone, por la ventana la nieve había caído la noche anterior. Toda la noche copo a copo se llenaron las calles. Llegaste a las 7 para despertarme. Un sonido agudo y continuo, sólo te detuviste cuando llegué a la puerta, sonrisa puesta y cartera en mano. “Una ducha y algo de ropa” no entendía que hacías tan temprano en casa, como nunca, querías salir a caminar. Justo con las calles de nieve querías ver qué pasaba con los patos, si funcionaba la pista de patinaje, si ya había aprendido a patinar. Cuando salí del cuarto ya estabas de regreso con dos envases en la mano “están un poco calientes” no terminaste de hablar y ya estabas camino al ascensor. No me había despertado pero en esas cuatro paredes que bajaban pude oler el jazmín de tu cabello, tan cerca como el olor del vainilla late.
- ¿El azúcar?
- Solo una cuchara de azúcar.
- Gracias
- Pero que pocas ganas de endulzarte la vida Gustavo
- ¿A dónde me llevas?
- A la nieve
Te encantaba cruzar entre los taxis amarillos, estabas segura que ante tu silueta se detendrían, tal vez era el olor a jazmín, tal vez. Seguimos caminando, la pista no estaba abierta, no habían patos pero si una banca frente al lado. Tenías las manos congeladas. Un sorbo y hundiste tu rostro en mi brazo, te aferraste casi a propósito para que pudiera oler tu cabello, tan dulce, una tentación. Un sorbo de vainilla, un poco de cordura y de regreso a tu cabello negro.
Fly me to the moon and let me play among the stars… Tu LP favorito y me pediste poder bailar una pieza más. Tu hermana vestida de blanco y tu hablando mal de tu yerno. “Todo matrimonio pasa mejor cuando ponen una pieza de Sinatra”. No soy un maestro en el baile pero podía hacer el esfuerzo, no éramos los únicos en la pista. Te aburriste, no era suficiente una pieza de Sinatra, el matrimonio era impasable. Corrimos al carro y sin aviso, tal vez como siempre había esperado que fuera, me besaste. Fue un beso veloz que término en tu departamento, en semáforos rojos que no vi, en escaleras que nos comimos para llegar rápido, un par de tacos en la sala y un portazo para que el gato no entrará. Tal vez tus vecinos nos escucharon, tal vez el gato se ofendió, estoy seguro que estuvo bien y luego te volteaste a dormir.
- ¿Te gustó el café?
- Claro….
- ¿Le eché mucho azúcar, no?
- Bueno, un poco….
No me importaba el azúcar, en verdad estaba perfecto pero quería que me engrías más, que me note, que me miré sin pedirme algún favor, sólo que me mire. Te levantaste y seguiste el camino, casi sin esperarme, salimos del parque, me diste un beso y un hasta luego.
- ¿Cenamos mañana?
- No puedo
- ¿Desayuno?
- Veremos, pero no esta semana
- ¿Cuándo?
- Deja que te llame
Esperé la llamada, no contestaste el teléfono, el gato estaba encargado donde el vecino y los muebles ya no estaban. Espere un mail, una llamada, un mensaje. Espere con el olor de tu cabello guardado en la memoria, esperé viendo fotos antiguas y escuchando el LP de Sinatra que dejaste con mi nombre junto con la caja de damas chinas, pero ya no tenía con quién jugar. Me llevé al gato a la casa, no me hacía caso, no tomaba la leche pero si coca cola. Me miraba, te buscaba entre la ropa, yo te buscaba entre los pasos del gato y tampoco te encontraba. Los días pasaron, los meses. El gato ya come y toma leche y yo al menos ya tengo con quién jugar damas chinas aunque no huele a jazmín. En medio de una de esas partidas sonó el timbre, pero no con tu insistencia. Unas preguntas, una firma y me entregaron una postal.

A.
¿Cómo puedo regresar a jugar damas chinas con una postal así?
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