lunes, 22 de febrero de 2010

ÑAWI (Parte 2)

Para Checho por ayudarme a no poner DELETE al cuento.

Terminamos en Puquio para aprender de sus habitantes, vinimos a conocer más allá de lo que leemos. Yo no solía trabajar con él, simplemente por diferencia de opiniones. El no solía trabajar conmigo porque decía que estaba loca.

Yo concebía una vida que jamás estaría bien para él, porque nada que le quitará su velo de superioridad podía ser correcto. El creía que era imposible, pero este viaje serviría para que deje de ver a la gente como objetos y se dé cuenta que no están demás sino que él es uno más. Ahí mismo entre aquellas nubes que eran copos de algodón al alcance de mi mano me prometí ya no sólo tratar de seguir viendo al mundo como un niño, Matilde me había mostrado el fondo de sus pensamientos y de su vida para poder enseñar también.

Eduardo estaba con poco oxigeno y tratando de no caerse entre los borregos que pastaban a su alrededor. Era a cierto grado insoportable con sus lamentos y sus gritos. Me distraía tanto que no podía conseguir medio alguno para poder enseñarle exactamente lo que tenía que ver en el mundo. Era imposible con todas sus quejas en mi mente, era imposible si quiera poder sentarme a comer en paz, pues hasta de la comida se quejaba. Era imposible, era como si en ese momento se le ocurriera llamar a Pizza Hut para que le traigan delivery. Gracias a Dios no tenía que compartir una habitación con él, sin embargo el trabajo si teníamos que hacerlo juntos y a como diera lugar era importante que saliera a la perfección.

Luego de soportar mi propio malestar por la altura y su estado casi hipocondriaco y de extrema superioridad por su nivel académico, que lo lleva a categoría de Dios, decidí huir a dormir a ver si de una vez por todas podía centrarme en lo que quería. Camino a mi cuarto lo vi sentado en una de las ventanas, a diferencia del resto de las ventanas esta estaba abierta y dejaba filtrar una luz más que blanca, era inmaculada, inmaculada como en los cuentos de Matilde donde el colibrí se convertía en doncella para ver a su amado por una vez más antes de regresar a su mundo. Hubiera preferido que Matilde estuviera conmigo en ese momento, me hubiera ayudado a entender y a comunicarme, me hubiera ayudado a hacer un mejor trabajo, pero en lugar de Matilde quien me hubiera preparado algo para que se me pasen los mareos que tenía estaba al lado de Eduardo que con su cigarro destruía la pureza del aire en Puquio. Era tan puro que respirar nos costaba y él en lugar de mejorar en algo lanzaba el humo por la boca como si eso lo regresara a Lima.

- ¿Qué haces?

- Fumando ¿No ves?

- Eso te va a hacer peor.

- Peor que estar acá, no creo.

- Pon de tu parte

- Me duele la nariz de respirar, la cabeza y encima no me gusta la comida.

- ¿Por qué no aprendes algo de ellos en lugar de quejarte?

- No te hagas la mártir Rebeca. ¿Tú no extrañas las comodidades de tu casa?

- Sí, pero no voy a encerrarme en las comodidades de mi casa para siempre.

Me fui a dormir porque no soportaba más de él y la cabeza estaba a punto de partirse. Me eche sin dejar de lado el miedo que me invadía, estaba sola en una casa que no era mi casa, en la cama por las que ya habían dormido otras personas. No estaba Matilde conmigo, ni si quiera estaba mi papá que siempre se levantaba cuando los gritos de mis pesadillas no me dejaban dormir. Mis pesadillas, esperaba que no llegarán esta noche, esperaba que no llegaran en todo el tiempo que estuviera ahí para no asustar a nadie, para que nadie sepa de mis ojos tristes. Lo más extraño siempre decía Matilde es era que yo no podía decir lo que sentía a veces podría ver lo que los demás sentían podía entenderlos sin tener que hablar con ellos pero era imposible hablar de lo que yo sentía, según Matilde si no decía lo que sentía nunca iba a poder ser alguien que de verdad pueda ayudar al resto. Me senté en la cama y traté que la oscuridad de aquella habitación no me trague. Son 20 años en mi vida y aún no puedo dormir con las luces completamente apagadas, abrí la ventana a pesar del frío y me refugie en aquella clemente luz de luna, trataba de contar algo o planear el día siguiente, para poder dormir, para olvidarme que mis miedos eran tan malos como los temores de Eduardo. El tenía miedo a que le ganen, yo tenía miedo a que me dejen. Busqué en mis recuerdos para buscar algo más alegre en que pensar.

Mi hermano era solamente un año mayor que yo y era sin duda quien siempre me acompañó. Nuestra hermana mayor estaba en otra etapa de crecimiento cuando nosotros éramos a penas unos niños y cuando estábamos entrando a la adolescencia ella ya ni si quiera vivía en casa. Como aquellas paradojas de la vida mi hermano también se llamaba Eduardo. Matilde sabía que a mí me costaba dormir cada noche porque tenía miedo a no despertarme o peor aún temor a despertarme y que mis papás ya no estuvieran. También sabía que Eduardo no dejaría que me quedará sola en mi cuarto con mis miedos de abandono, así que en aquellas noches Matilde se acomodaba al lado derecho de mi cama y Eduardo al izquierdo. En ese momento cuando pasaba a sentirme segura de nuevo le pedía que me contara la historia del Atuq y Quwi, por algún razón que yo a mis cortos años no entendía estos cuentos no eran como los de mamá que además de ser aburridos por su falta de talento como narradora siempre eran iguales, el zorro era el astuto y la tortuga la lenta. Atuq y Quwi era una muestra de que el más pequeño podía ganar. Aquel recuerdo era capaz de traerme el sueño, no sé bien en que parte del recuerdo me dormí, pero no fue por mucho tiempo porque los golpes en la puerta me despertaron.

- ¿Rebeca?

- ¿Eduardo?

- Abre la puerta.

- ¿Para qué?

- Abre por favor.

Los recuerdos regresaron a mi mente otra vez ya no eran agradables como los cuentos de Matilde por el contrario estaban llenos de nostalgia. Aquella vez mi hermano toco la puerta de mi cuarto por la noche, al abrirla el Eduardo que vi era otro, como si la vida se le fuera en cada movimiento. Cuando lo vi me sonrió y se desplomó junto con mis gritos que alertaron a mis padres. Luego de ese incidente sólo nos quedaron 8 meses juntos.

- Abre

- ¿Qué quieres, Eduardo?

- Ábreme, no me siento bien.

En esta ocasión, con este Eduardo no me asuste. No se veía completamente bien pero al menos podía sostenerse sin problemas. No me dijo que quería, no espero a que lo invitara a pasar. Entró al cuarto y se sentó en el pequeño sillón que había al lado de la ventana, tenía sus colchas con él.

- ¿Eduardo?

- ¿Puedo quedarme?

- Ah.

- Mi cuarto está demasiado frío y oscuro.

- No es eso, tienes miedo, tienes miedo de dormir ahí.

- Cállate.

- Entonces vete.

- ¿Puedo quedarme?

- Si, mientras te quedes en el sillón.

1 comentario:

Colateral dijo...

moderno, con arguedas ? =.=