domingo, 19 de junio de 2011

GABRIELLE ET MOI


Cruzo el parque, tengo que alcanzarla. Asomo la cabeza entre los hombros de todos aquellos sastres y ternos. Nadie me abre paso, el mundo les estorba tanto como ellos a mí. Puedo ver su cabellera y su pequeña oreja derecha. Pequeña como la niña que conocí hace 20 años. Avanzar por las calles de Paris a las 8 de la mañana es casi un caos. Es difícil seguirla con la vista, los lentes se me caen por la nariz. Su abrigo rojo se ve a lo lejos y va entre la gente. Pasa al señor antes que pueda mirarla, esquiva a la mujer insatisfecha que mira en la puerta de la pastelería. Eran los pasos cortos, ahora ya no andaban por los jardines, van por el cemento húmedo de esta ciudad. Pasos cortos, veloces, aferrada a su bolso como se aferraba al brazo de su hermana cuando caminaban juntas por Gironde.
 
Las mañanas de Gironde comenzaban con el sol naranja. Lleno de sol en el día, jazmín en las noches, lavanda en las ventanas, la leche fresca a las seis de la mañana. Se llenaban de luz todos los rincones en cada casa y debajo de las piedras, pero calentaba poco. Con el sol naranja en el rostro, apenas y dejaba verse entre un halo de luz más fuerte que cualquier aparición divina. Me apoyé en aquel viejo muro y la vi con su vestido de flores. Sacada de los cuadros que nos enseñaba la maestra en los slides. Era como vivir en esos cuadros impresionistas de la clase de arte. Era vivir en la mirada de esos pintores, como ese que dicen llegó a nuestro pueblo hace mucho para pintar nuestras calles. Fue el primero en caer del árbol cuando apenas comenzaba el invierno. En el primer día del otoño fue el viento de Gironde quien me llevó hasta su casa para verla. Mi cometa voló lejos de la pradera donde jugaba con los otros chicos. No resistió mucho, tal vez era la caña que había usado, había perdido la apuesta, con sus cuatro colores salió volando para caer en el jardín de maison au fin de la rue. Hacía muchos meses que no me acercaba, desde que Madame Mauresmo cayó del árbol por sacar a su gato. El sauce se imponía en la entrada como una advertencia para el pueblo entero. Una sonrisa, un esbozo entre sus labios y me lanzó la cometa. Apenas la pude ver pero fue suficiente para oler su largo cabello. Olía como l’automne. Era la fragancia de lo antiguo, como si mi nariz ya la hubiera sentido en algún otro tiempo. Sentí las flores de ella y se nublaron las cometas, las canicas, en el balón o las carreras. Mi mente se resumía en tres palabras: Me gustaba Gabrielle.
 
En otoño, no hay luz sobre el rostro de nadie. En Paris no para de llover.
 
Disculpe. Me abro paso, es absurdo, soy como esos niños que caminan tratando de pisar solo las losetas de un mismo color. Mis ojos siguen aquel abrigo rojo. El mundo entero trata de esquivarme o grita por mis pisadas y empujones. No me importa sigo llevado por la inercia de esta aparición. Es como tener diez años otra vez y entender lo mucho que me gustaba Gabrielle ¿A dónde va? Estoy a cada paso más cerca y las oleadas de recuerdos que me sugieren otros tiempos ¿Qué le voy a decir cuando llegue? Su hombro y mi mano. Mejor la llamaba primero. Mejor fingía tropezarme con ella. ¿Debía sólo mirarla y seguía mi camino? Mejor la amaba en secreto. Mi día comenzaba al otro lado de la ciudad, en Louvre, y acá estoy yo con este terno y la corbata acuestas caminando sin sentido en este parque. El verde gris entre los asientos de madera, ella gira en la pileta. Ni Venus ni las Musas nos miran, el agua sigue corriendo. El mocoso con su mascota y la señora del cochecito, por suerte ni la mascota huyó ni el niño cayó. No puedo seguir tropezando con la gente, me quita tiempo. Ella sigue el camino hacía Rue D’Hauteville. Menos gente, para mi suerte. El piso está lleno del agua que cayó toda la noche sin descanso y sin prisa. Mis zapatos se mojan, tal vez del sudor o la humedad. Estoy seguro que jamás llegaré al museo. La conferencia comienza a las nueve. La señora gorda y su beigel son el nuevo impedimento. El señor del bigote limpia cada banca, una mano le pide permiso a la otra. Otro con el mismo traje amarillo barre unas hojas y la devora con la mirada ¿Cómo se atreve? Deje de ver a Gabrielle. Ella mira su reloj y su rostro voltea ligeramente, su pequeña oreja derecha es la misma. ¿Y la conferencia? ¿De qué iba a hablar? Lo único que tengo conmigo son mis recuerdos aquellos de un niño de diez años y nada más. Tal vez vive en Paris, la puedo dejar ir y buscarla mañana. Eran menos losetas y personas entre los dos. Eran más de 20 años, ya ni Gironde era lo mismo y Gabrielle tiene aún esa luz naranja a su lado. Disculpe no fue mi intención. Disculpe. ATTENTION. Tengo que darle el alcance. Disculpe señora.
 
En Gironde en otoño el sol nos saluda hasta las seis de la tarde.
Llegué a casa sin hambre, papá hizo de todo para reparar la cometa pero yo no tenía ganas ni de cortar la caña. El domingo entero me la pase tratando de arreglar mi cabello, imposible después de años al viento y a la tierra. Me fui al colegio sin ensuciar mi uniforme, no comí no hice nada más que salir corriendo, quería ser el primero. La maestra sentó a Gabrielle delante de mí, saludó y se sentó con el cabello largo y negro sobre mi carpeta. Su altivo mentón saludó a todos con un aire de otro mundo, tal vez Gironde era pequeño para su sonrisa de hoyuelos. Llegaba corriendo a clases, siempre tarde, del brazo de su hermana y mientras yo fingía jugar a las canicas la veía pasar con la esperanza de que ella sintiera aquel cariño. Perdí la mitad de mis canicas, en el trompo no podía darle a una y perdía en todas mis apuestas la lonchera, la tarea de matemática, las figuras del álbum del mundial. Se había desaparecido mi zurda preciada para patear en los recreos, perdí la pelota de fútbol en un estúpido juego de penales, llegaba a casa todos los días sin el pantalón roto y con los zapatos limpios, llegaba a casa pensando cómo hacer para que me viera.

Ella llevaba en su cabello la luz naranja del otoño, incluso cuando el invierno nos alcanzaba con las bufandas en los cuellos. Entre lágrimas me dejó la moleskine cuando apenas comenzaba a congelarse el lago. Aquella mañana en que su cuaderno cayó sobre mi carpeta la maestra entró a clases por ella, no había terminado de salir cuando me di cuenta que en la primera página decía TE QUIERO. Entendí que el cuaderno no cayó por accidente, era realmente mío. La maestra se la llevó del brazo, la mochila ni si quiera la pudo cerrar y la puerta de vaivén fue y regreso muchas veces sin que nadie la volviera a cruzar. Salió dejando atrás mi mirada que pedía una explicación, siguieron con la clase ese día, al día siguiente, en la semana y hasta que se acabo el año. La vi partir esa misma tarde del brazo de su abuelo. Gabrielle se fue a vivir con ellos desde aquel día. La primera semana del invierno en Gironde, cuando los gatos se suben a los árboles. Nadie les había contando las historias, no le dijeron que no es bueno subirse los árboles en invierno. Su padre trepó aquel sauce en la maison au fin de la rue. No le habían contado de Madame Mauresmo y el gatito pardo. El padre de Gabrielle cayó del sauce, el más alto de Gironde.
 
La lluvia se aproxima de nuevo sin prisa pero con fuerza.
Su paraguas cae del bolso, es el momento que me da París para ir hacía ella. Nadie se ha dado cuenta, sus pequeños zapatos giran, es lo único que puedo ver, me aferro al paraguas. No quiero, pero debo levantar los ojos verla, decirle al fin algo. Sus zapatos ya estaban ahí ante mis ojos. Disculpe, ese es mi paraguas. Levanto el brazo pidiéndole a mis ojos que levante la vista. Sus zapatos, aquellas rodillas, el inicio de una falda y unas piernas cubiertas por las pantys, un vientre delgado, pequeño, se movía con el ritmo de su respiración. Aquel abrigo rojo cubre mucho y sin embargo ahí están sus pechos como mirando, aquel mentón, sus hoyuelos en la mejilla. Pardon, ceci est mon parapluie. Una sonrisa dulce sale entre aquellos cabellos largos y negros. Le alcancé el paraguas sin salir de mi asombro, al fin pude llegar. Excusez moi. Toma el paraguas y su luz se alberga ahí adentro como para traernos la primavera de regreso al cemento. Merci beaucoup. Durante años he pensado en su piel, lo tibia que iba a ser y era tibia. Me doy media vuelta justo cuando la primera gota cae sobre su pequeña oreja derecha, sigue hacia Rue D’Hauteville.
 
El abrigo tiene algunas gotas encima. Aún puedo llegar a Louvre. La moleskine sigue en mi maleta, seguirá ahí unos años más.

domingo, 5 de junio de 2011

TINA Y BETINA - Sonríe y retrocede lentamente

Betina: Ya me dio hambre.

Tina: ¿Hambre? Pero acabas de comer un paquete de picaras.

Betina: ¿Ahora controlas lo que como? Me ha dado hambre pues.

Tina: ¿Cómo que te provoca?

Betina: Es algo así como hambre de almuerzo..

Tina: ¿Hambre de almuerzo?

Betina: Así pues, como una pizza o una salchipapa..

Tina: ¿Son las once de la mañana?

Betina: Ay! Mira…. ¡CUERPO A TIERRA! ¡CUERPO A TIERRA!

(se cubren con las casacas)

Vocecitas: ¿Qué demonios? ¿Por qué están escondidas? // Cállate, que no nos escuche ni nos vea. // ¿Ah? // Es Lulú. Si nos ve nos va a pegar // Por favor, ni que fuera una loca.

Lulú: ¿Qué hacen ahí? Parecen unas morsas

Betina: Hola… ehm, bueno…

Tina: Durmiendo

Betina: Eso

Lulú: Son las once de la mañana. Deberían estar haciéndole barra al equipo del salón

Betina: ¿Qué equipo?

Lulú: ¿QUE? COMO NO VAN A SABER QUE EL HAY UN EQUIPO DE DEPORTES EN EL SALON.

Tina: No nos gusta….

Lulú: ¿Qué?

Tina: Nada, dime ¿Dónde juegan?

Lulú: En la cancha 2.

Vocecitas: Ok, Tina sonríe y retrocede lentamente // ¿Cancha dos? ¿Dónde eso? // no sé, ni si quiera sabía que habían canchas // Sonríe y retrocede // CORRAN !!!!!!!!!!

Tina: Apúrate ahí viene Lulú.

Betina: No sé correr.

Tina: Corre B, corre por tu vida.