Me gusta ir con el verano muy lejos, pero volver con mi madre en invierno. Me gusta el vino tanto como las flores y los amantes, pero no los señores. Me encanta ser amigo de los ladrones y las canciones en francés.
Entonces me di cuenta que no soy de aquí, ni soy de allá y aquellas pequeñas estrofas que mi madre tarareaba mientras cocinaba se revelaron ante mi mente. Deje de lado los libros que estaba revisando, voltee a ver aquel viejo cuadro donde yo estaba en la arena, descansando. Me di cuenta que mi vida había pasado y en apenas 26 años no había hecho más que llorar. Cuando pensaba en personajes alegres, cuando vivían felices, cuando mi pluma no corría la tinta por mis lágrimas. Había escrito alguna que otra cosa, nada relevante, nada impresionante. Había escrito para mí y para mis fantasmas y ahora con un porvenir oscuro y una vida sin color en la mente ya no me quedaba más que dejar de respirar.
Para dejar las tinieblas que nos hacen tanto mal era otra de las letras que cantaba mi madre mientras preparaba la cena, mientras me miraba con aquellos ojos que a veces me amaban y otras veces me odiaban. Eran las mimas canciones que mi mente tarareaba para ocultar su gritos. Entonces, como si Jesús hubiera vuelto a la tierra, renací como en la canción, no renací en Belén, sino en mi propia muerte. En mis letras y en mi pequeño sillón crema que heredé de mi abuela. Sillón donde fui amamantado y castigado, donde crecí escuchando la historia de Icaro, donde Verne me alimento la mente de aventuras y donde leí El Principito por primera vez. Fue en ese en mismo sillón donde me dieron mi primer beso, y donde lloré por el trago amargo de un corazón roto. Nací para amar pero no fui correspondido, nací y se supone que tuve que crecer, pero aún le temo a la oscuridad. Temo cada vez que abro la puerta del departamento y me doy cuenta que no deje la lámpara prendida. Le temo a mis secretos y a mis recuerdos. Temo como la primera vez que desperté y me di cuenta que había crecido y creceré. Hoy me rehúso, ya no creceré, ya no voy a avanzar. Porque sino lloraré y no podré seguir. Dejare de lado los ojos enrojecidos y las mejillas saladas por las lágrimas, dejare los dolores de cabeza matutinos y las nauseas al regresar a la realidad.
Moriré y como todo en esta vida, todo lo construido se quedará acá, me iré con mi alma rasgada y tal vez alguien me recuerde por unos meses. Yo que permanecí por algún tiempo hoy me toca seguir, dar un paso más allá. Más allá del mal y de las bienvenidas del nacimiento. Hoy ante el láudano, el vodka y algunas pastillas dejo la vida en paz. No me arrepiento de haber nacido, de haber respirado, de haber escrito y de haber sido leído. Sobre todo no me arrepiento de este último grito de esperanza. No me voy, sino que avanzo. No dejo el mundo porque lo odio, pero sé que vivirá mejor sin mí, así que adelantaré mi viaje.
Adiós tu que si me quisiste y a quien no lo hizo. Adiós amigos y adiós familia. Adiós mamá, por ser mi pena y mis alegrías. Adiós libros, mis grandes amigos. Adiós realidad, por mostrarte siempre como eres.
Adiós!
1 comentario:
Pero bien melancolico ese pekeño texto! (ya se me pego la palabra)
La parte del vodka me hizo acordar a ti....y tus amigos los libros tb!
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