encima de la mesa
pero ahora me da rabia que estés allá como ignorando la
batalla que yo lucho
Rocío Silva Santiesteban
Andar en bicicleta nunca había sido tan fresco. Andar por los árboles a la espera de una sombra que oculte aquel beso que me dabas cuando las ramas cubrieran nuestros cabellos. Pasar por las hojas caídas en otoño esperando recoger alguna para entregarte y la nieve, incesante, quebró mis días. No me dejó sacar la bicicleta y escondidos en la cochera se quedaron unos cuantos sentimientos que ahora son un dolor de entraña.
Las heridas en las rodillas dolían menos y esos ojos dormidos aliviaban el dolor de mi carne para regresar al día siguiente con nuevos pasos, con caminos nuevos. Pasó el verano intenso entre el calor de nuestro amor y las brisas infantiles de las sombras que nos regalaba la tarde. Un beso por pasar un árbol y otro por aprender a virar, mis progresos eran alarmantes. No querías que llegara el momento en que pudiera andar sola y con un tono que no logro recuperar, te susurré con calma que si no necesitaba un maestro, encontraríamos una nueva ausencia que yo llenaría, te enseñaría y te premiaría con una caricia por cada logro. Seguí mis días, tonta, en una idea que crecía abrasante en tus brazos. Arrancaste sonrisas que se convirtieron en llamadas perdidas, a las mismas horas en que antes me llenabas de relatos. Recogí unas cuantas hojas que tomaste con una mano para deshacerte con la otra. Naranja el cielo sobre nosotros, ya no había sombra que nos cubriera y alejaste con cada hoja que cayó un centímetro de mi lado para recibir el invierno con amargas palabras de desconsuelo, haciendo pensar a tontos y extraños que tu dolor era agobiante, que tu no quería pero la vida así te lo había exigido. No saqué la bicicleta nunca más porque cada paseo es un dolor de cabeza ante unos ojos que recuerdas, cada sombra con su historia y voltear a ver como tus pasos se alejan con indiferencia a mis amargas lágrimas no me permite emprender un paseo nuevo.
Ninguna bicicleta es igual y por ahora toda sonrisa es absurda, no quiero verte a la cara pero sigo tu sombra esperando que algún día voltee. Yo sé que tú evitas las ruedas de mi bicicleta, sé que ya no cantas las canciones que tarareaba cuando el sol caía para arrullar tus perturbados sueños. Ve a buscar un nuevo camino allá donde tus pesadillas se conjugan. Los cafés ya pasan y canasta de mimbre se ve cada día más tentadora, pronto saldré a pasear con brisas nuevas en el rostro, con pistas viejas por recorrer y la sonrisa tranquila de quien aprendió en aguas saladas. Ahora que aprendí a andar debo seguir los caminos que no se cruzan son tus miradas de miedo, con tus pasos de niño sin madre.
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