- ¡Celeste!
Entonces me contaba lo que había pasado y yo siempre le decía que las cosas mejorarían. Que pronto se iría a estudiar a fuera, que se libraría de su madre, que los psicoanalistas ya no la seguirían y que no se vería obligada a hacer lo que le dijeran. Entonces yo decía muchas cosas, como si todo lo que me tocaba vivir hubiera sido más fácil que en la vida de ella. Me miraba y siempre decía lo mismo, pues no entendía como podía ser optimista a pesar de lo horrendo del día a día. Creo que yo no era optimista, me había habituado que es diferente o tal vez eran los ansiolíticos.
- ¿Celeste?
- ¿Celeste, estás bien?
- Llama a mi mamá.
Mis hermanas creo que eran lo más normal en mi familia. Aunque cualquier cosa podía ser considerada normal. Las veía pasar, entrar y salir de mi cuarto, buscando agua, buscando algo, no sabía exactamente qué. No sabía ni que hacían ahí a esa hora, ni si quiera sabía exactamente que hacía yo ahí empapada, empapada seguro por la lluvia que caía a cantaros, como tragándose la ciudad. Entonces los recuerdo regresaron, regresaron mientras mi hermana traía un vaso de agua e intentaba dármelo. El salón, la monja, los sollozos, mi lector por conveniencia tratando de que regrese a mi sitio y yo..yo saliendo del salón. Hacía la lluvia, hacia mi bicicleta, hacia mi casa. Mis escaleras, mi puerta, al cuarto, el teléfono, su mamá. De nuevo comenzaron los llantos, los sollozos, la misma explicación que nos dieron en el colegio y el agujero en mi estómago. Colgué. Fue en ese instante que entraron mis hermanas, si ahora lo recuerdo, entraron sin entender ni una sola cosa a su alrededor. ¿Por qué no estás en el colegio?¿Celeste? ¿Qué tienes? ¿Te has venido así en plena lluvia?¿Tu chompa, tu mochila?
Mi nombre una y otra y otra vez. Pero no podía decirles nada porque ni yo misma entendía cuando es que las cosas habían pasado. ¿Por qué no siguieron su tramite normal? La llamada, su casa, la conversación, un respiro, algo de comida, un descanso y de nuevo como siempre tratar de regresar a la vida para no quedarnos rezagadas en el camino. Me imagino que del colegio llamaron a mis padres. Seguro mi papá estaba en una reunión muy importante como para atender la llamada. Seguro mi mamá tubo que interrumpir su rutina en las máquinas de cardio.
Como nunca me tomó entre sus brazos y me abrazó. Fue extraño sentir el calor de su cuerpo sobre mi empapada existencia. Entonces recordé lo imposible. Recordé que algún día ella me abrazó con cariño. Hoy me abrazaba como queriendo cuidarme de algo, de alguien. Les hizo unas señas a mis hermanas, ellas llegaron con unas toallas y con una paciencia irreconocible, con un cariño que creo que es el de una madre me secó el cabello, me cambio la ropa y trató de darme algo caliente para tomar. Cuando mi papá llegó encontró aquel deprimente cuadro decorado por las estrellas del techo de mi cuarto. Me encontró con el cabello mojado, sin poder hablar aún, entonces le dijo a mi mamá que llamará al doctor, que me de algo, me tomó de los hombros me miró fijamente y solo pudo dirigirse a mi como un general de guerra ante un soldado mutilado. “Basta Celeste, tienes que seguir”. Es cierto, tenía que seguir, pero en esos momentos no quería. Sólo quería estar ahí en mi cama, con la mirada hacía la ventana. No quería más pastillas, me había olvidado lo que era realmente sentir dolor. A diferencia de ella que si lo había sentido, que lo ha sentido hasta el último segundo de su último respiro. Mi mamá lo echó del cuarto, mis hermanas salieron con él y ella se quedó a mi lado, sin decir nada. Tomo el cepillo y empezó pasarlo por mi cabello.
- ¿Celeste?¿Vas a bajar?