lunes, 31 de agosto de 2009

Celeste

II Parte

Recuerdo que entró la monja al salón, con el rostro más pálido que nunca. Nos miró sin saber que decir, nos miro con pena. Me miró con pena. De repente de su boca como quien recita el evangelio en las aburridas misas de todos los viernes, como quien lee el Apocalipsis, las noticias empezaron a brotar de sus fauces. Yo sólo pude escuchar sus tontas voces, sus falsos quejidos, como si la hubieran estimado, como si supieran quien era. De nuevo mi lector por conveniencia volteó a verme. La reina del enjambre empezó a sollozar como si su mejor amiga se hubiera ido. Como si su mundo se derrumbará, como si se le fuera de repente la ironía con la que manejaba la vida. Entonces me di cuenta que no importaba cuando llorará ella, no le importaba, en cambio yo me había convertido en un silencioso mar de lágrimas, agarrada del borde de la carpeta como si el mundo dependiera de eso.

- ¡Celeste!
- ¡Celeste ven acá!

Cada vez que el celular sonaba y escuchaba esas palabras algo malo había pasado. Entonces tomaba mi bicicleta y emprendía los mismos caminos. 15 minutos de jardines y tulipanes rosados. 15 minutos de preguntas sobre lo sucedido ¿qué es lo que iba a encontrar? ¿Qué pasaría si un día no podía contestar el celular? Si un día yo no seguía ahí. No, siempre iba a seguir. Entonces, al llegar la pobre bicicleta caía sobre el jardín con la esperanza que luego el jardinero la pusiera en su sitio. Me abrían la puerta y la ruta siempre era la misma, al segundo piso. A veces estaba echada en su cama hecha un mar de lágrimas, dejaba de ser la niña princesa que había sido en su infancia y se convertía en una simple chica con los mismos problemas que el resto. Otra veces se quedaba encerrada en el baño hasta que le llegará y solo en ese instante abría la puerta por unos segundo. A penas unos centímetro para que yo pueda pasar. A penas unos centímetro para que nadie más en su casa la viera hecha un desastre.
Entonces me contaba lo que había pasado y yo siempre le decía que las cosas mejorarían. Que pronto se iría a estudiar a fuera, que se libraría de su madre, que los psicoanalistas ya no la seguirían y que no se vería obligada a hacer lo que le dijeran. Entonces yo decía muchas cosas, como si todo lo que me tocaba vivir hubiera sido más fácil que en la vida de ella. Me miraba y siempre decía lo mismo, pues no entendía como podía ser optimista a pesar de lo horrendo del día a día. Creo que yo no era optimista, me había habituado que es diferente o tal vez eran los ansiolíticos.

- ¿Celeste?
- ¿Celeste, estás bien?
- Llama a mi mamá.

Mis hermanas creo que eran lo más normal en mi familia. Aunque cualquier cosa podía ser considerada normal. Las veía pasar, entrar y salir de mi cuarto, buscando agua, buscando algo, no sabía exactamente qué. No sabía ni que hacían ahí a esa hora, ni si quiera sabía exactamente que hacía yo ahí empapada, empapada seguro por la lluvia que caía a cantaros, como tragándose la ciudad. Entonces los recuerdo regresaron, regresaron mientras mi hermana traía un vaso de agua e intentaba dármelo. El salón, la monja, los sollozos, mi lector por conveniencia tratando de que regrese a mi sitio y yo..yo saliendo del salón. Hacía la lluvia, hacia mi bicicleta, hacia mi casa. Mis escaleras, mi puerta, al cuarto, el teléfono, su mamá. De nuevo comenzaron los llantos, los sollozos, la misma explicación que nos dieron en el colegio y el agujero en mi estómago. Colgué. Fue en ese instante que entraron mis hermanas, si ahora lo recuerdo, entraron sin entender ni una sola cosa a su alrededor. ¿Por qué no estás en el colegio?¿Celeste? ¿Qué tienes? ¿Te has venido así en plena lluvia?¿Tu chompa, tu mochila?
Mi nombre una y otra y otra vez. Pero no podía decirles nada porque ni yo misma entendía cuando es que las cosas habían pasado. ¿Por qué no siguieron su tramite normal? La llamada, su casa, la conversación, un respiro, algo de comida, un descanso y de nuevo como siempre tratar de regresar a la vida para no quedarnos rezagadas en el camino. Me imagino que del colegio llamaron a mis padres. Seguro mi papá estaba en una reunión muy importante como para atender la llamada. Seguro mi mamá tubo que interrumpir su rutina en las máquinas de cardio.
Como nunca me tomó entre sus brazos y me abrazó. Fue extraño sentir el calor de su cuerpo sobre mi empapada existencia. Entonces recordé lo imposible. Recordé que algún día ella me abrazó con cariño. Hoy me abrazaba como queriendo cuidarme de algo, de alguien. Les hizo unas señas a mis hermanas, ellas llegaron con unas toallas y con una paciencia irreconocible, con un cariño que creo que es el de una madre me secó el cabello, me cambio la ropa y trató de darme algo caliente para tomar. Cuando mi papá llegó encontró aquel deprimente cuadro decorado por las estrellas del techo de mi cuarto. Me encontró con el cabello mojado, sin poder hablar aún, entonces le dijo a mi mamá que llamará al doctor, que me de algo, me tomó de los hombros me miró fijamente y solo pudo dirigirse a mi como un general de guerra ante un soldado mutilado. “Basta Celeste, tienes que seguir”. Es cierto, tenía que seguir, pero en esos momentos no quería. Sólo quería estar ahí en mi cama, con la mirada hacía la ventana. No quería más pastillas, me había olvidado lo que era realmente sentir dolor. A diferencia de ella que si lo había sentido, que lo ha sentido hasta el último segundo de su último respiro. Mi mamá lo echó del cuarto, mis hermanas salieron con él y ella se quedó a mi lado, sin decir nada. Tomo el cepillo y empezó pasarlo por mi cabello.

- ¿Celeste?¿Vas a bajar?
..to be continued!

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Unknown dijo...

Ayyy Celeste!!! Tengo que leer la primera parte ya pero ya, cuando la publicaste la tenía abierta pero no la leí por una racha de mal humor.

(...A veces me sorprende mi honestidad)

Marisella dijo...

Ay....eres mala....MALA!!! Como lo dejas justo ahi mujer? Necesitas continuarlo inmediatamente, en el acto!

Celeste me da penita!