El año se estaba acabando, afuera la fiesta de su madre con risas y sonrisas, champagne y las uvas 12, 24, 36, eran millones de uvas que todos comerían llamando a la suerte, creyendo que todo sería mejor por comer aquellos frutos. Sus ojos seguía en el charol, ella veía lo que fue. Era un año bueno el que se dejaba pensó, apagó la luz de la lámpara y escogió a los fuegos artificiales como su nueva iluminación. Sus hermanos le decían que dejará de ser una niña, que pronto tendría que crecer, cómo ellos, era inevitable, algún día sería un adulto y sería como esos a los que mira y sonríe, cómo aquellos que le dan una palmada en la espalda por ser niña, como si no pensará como si no sintiera.
El año que comenzaba iba a ser el momento en que ella se convirtiera en adulto, no quería pero debía por eso trató de conservar los mejores recuerdos de su actual mundo. La luces verdes y rojas destellaban en el cielo cuando su madre entró a la habitación donde ella se escondía y la abrazo tan fuerte que la vincha que llevaba puesta se salió de su sitio, tuvo que apoyarse en la pared para que el abrazo de su madre no la hiciera caer al piso. Ya había champagne en su organismo, ya tenía en sus ojos la misma melancolía que la seguía en la vida, solo que ahora acentuada por la euforia de sus invitados. A diferencia de otros días hoy no tomaría sus pastillas para dormir, no las tomaría hasta que el último invitado se vaya. Su padre se asomo a la puerta y le hizo un gesto extraño con la mano, un amago de saludo. Ella sabía que esa era una muestra de afecto extrema viniendo de él. Lo dejó seguir su camino con el vaso de whisky y su amante que seguro también estaba entre los invitados, tratando de buscar el momento para estar a solas. No importaba, a ella le quedaba el cuarto, su vestido azul y los zapatos de charol. Su madre cerró la puerta y sus ojos se alejaron de su propio reflejo para posarse en la calle donde sus vecinos celebraban, algunos niños jugaban en la calle con luces de bengala y ella sintió de nuevo lo mismo que hace un momento, su vida de niña se iba, estaba segura que iba a ser ese año y no quería olvidar nada.
No podía olvidar que a veces quieres a alguien pero esa persona puede ser completamente indiferente. No podía olvidar que había gente que te trata mal sin importar como te puedas sentir después. Que hay gente con sonrisas que pueden alegrar hasta el más gris de los días, no importa si su sonrisa preferida se cambio de colegio o atravesó el continente, seguirán siendo su compañía antes los malvados, los que son iguales a los cuentos que su nana le contaba. Malos como el Minotauro o como los enemigos de Ulises en la Odisea. Volvió a ver sus ojos reflejados en la ventana mientras sus vecinos, aquella pareja de recién casados que se mudo hace 2 meses, salían felices y besándose, listos para una fiesta en su primer año nuevo como casados. Estaban felices, seguro porque aún se aman, porque es un hecho que el llega temprano a casa y ella le tiene la cena lista con velas en la mesa y un bello vestido.
La niña suspiro y espero que aquella alegría les durara por lo menos todo el año que venía. Los vio subirse al auto e irse y luego volvió a ver sus ojos en el reflejo de la luna, esta vez estaban borrosos y cristalinos, sintió un fresco rocío en su mejilla. Eran las primeras lágrimas del nuevo año, no sabe bien si es por pena o alegría o porque simplemente es su manera de empezar el año. Recordó sus regalos de navidad y se alegró, recordó las trufas que le había regalo su amiga secreta en el colegio y lo deliciosas que estaban. A su mente vino la imagen del puré de manzana de su abuela y como a pesar que detestaba comer era un manjar que ni loca iba a perdérselo. Entonces si un año más venía también venia un año más para su abuela y el rocío en su rostro reció porque no quería que los años pasen para ella o para cualquiera en su familia. Cerró los ojos fuerte tan fuerte que las lágrimas hicieron una laguna dentro de ellos. No los abrió para no llorar, en cambio recordó lo mejor del año. La primera vez que leyó Breakfast at Tiffany’s, la visita a la presentación de Dalí con su padre, quien por un día se armó de paciencia y buen humor. No todo había sido malo, había llorado por gente que ahora que lo piensa tal vez ni si quiera valió la pena pero le había servido para aprender, porque eso no se aprende en una lección de la escuela. Se acordó de aquella canción que escuchó en uno de los Cd’s de su abuelo, aquellos que su madre odiaba…solo cantó Desde lejos se las ve, sentadas en la arena lavando ropa en el río. Pueblo puro en ademan, con la carga en la cabeza vienen cantando y se va..