miércoles, 16 de diciembre de 2009

Alina no sabía abrazar

Te vi los ojos hinchados y las mejillas saladas. Me aburrí de verte cubierta con la frazada, me harte de ver que devoraras chocolates como una desquiciada. Me acerqué y vi tus ojos aún más hinchados y quise llorar. Iba a llorar porque no podía ver triste a quien siempre me había dado alegría y lloraría al recordad que yo lloré por alguien que no valió la pena.

Todas las cortinas estaba cerradas y tú tenías el mismo piyama desde hace 3 días. Yo había salido, había comprado, había besado y había ido a comer y durante todo ese tiempo tenía de fondo tus sollozos que me daban pena, me daban recuerdos y como sabía que íbamos a terminar llorando todas las personas que vivíamos en aquel departamento de la calle Central, es por eso que decidí entrar.

Eras pequeña, eras una niña entre las frazadas y el piyama de cuadros. Me viste con tus ojos hinchados y yo te vi a través de los lentes y supe que si no te casaba terminaría en esa habitación contigo llorando. Me rehusé a ver como la vida se complicaba contigo y te saqué. La luz era fuerte porque era primavera y la neblina del invierno ya no te cobijaba. Me rehusé a ver cómo es que tu, como yo alguna vez en uno de los días de mi vida, llorabas por las cosas que no podías controlar. Decidí dejar de atragantarme la comida y luego vomitar, decidí que iba a hacer que tu dejarás de llorar. Luego de la ducha y un tazón de cereales, me miraste con los ojos menos hinchados pero igual de tristes y me pediste un vaso de agua. Vimos salir a Sandra de su cuarto y volver a entrar luego de recoger su ropa de la lavandería. Vimos a las mismas palomas de siempre ensuciar el balcón de la vecina y decidimos que no nos podíamos quedar en el departamento, porque tú ibas a llorar y yo iba a comer y vomitar.

Salimos y no supimos donde ir, porque la vida era complicada o tal vez porque después de mucho tiempo salíamos juntas otra vez, como antes, como en el colegio cuando amábamos sentarnos en las escaleras del museo con los uniformes verdes y los maletines. Nos sentábamos a planificar nuestras perfectas vidas y nuestros grandes romances al estilo Hollywood. Sólo Dios sabe que éramos unas niñas ilusas. Aún somos unas niñas ilusas, sólo que ahora ya no vivimos con papá, tenemos trabajos y relaciones más complicadas.

Nos fuimos a sentar frente a aquel cartel de Rainbow que veíamos cuando éramos unas niñas, cuando la movilidad pasaba para dejarme en casa. Yo tenía un café y tú un té. No hablamos, seguramente para esperar que tus ojos se deshincharan, para esperar a que yo pueda digerir lo poco que desayuné. Después de ese tiempo esperaba que me pudieras decir exactamente cómo es que te sentías y yo poder explicarte que es lo que pensaba. Cuando pudiste hablar ya no había ni te ni café, estábamos con el cartel de Rainbow y una sonrisa estúpida en mi rostro que buscaba darte un poco de apoyo. Me imagino que todo el trámite hubiera sido más fácil si estuviera acostumbrada a abrazar a la gente, pero no sé exactamente cómo hacerlo. Te levantaste y te pusiste a caminar calle abajo camino hacia al malecón, porque amas la brisa marina, crees que te cura el alma y aunque empeore el asma a veces es un destino irresistible sobre todo cuando se estas triste. Sentada en la arena estabas más tranquila, tus ojos ya no brillaban como cristales y yo por fin podía respirar u poco más en paz sin pensar en las estúpidas calorías que tenía aquel tazón de cereales o en lo chocolates que te comiste, uno tras otro.

- Alina, dime la verdad.
- Qué es lo que quieres saber.
- ¿Cuándo se me va a pasar?
- No sé, no sé si a mí se me ha pasado.
- Pero ya no lloras. Has seguido tu vida.
- No es que se te va a pasar la pena o los recuerdos, sino que aprendes a seguir con ellos…
- ¿Cómo voy a hacer eso…? Ali, es como si el mundo se acabara…
- El mundo siempre se te acaba…

El mundo se acaba en cada segundo que respiramos, era lo que recordaba de una de mis clases de filosofía donde no podía prestar atención sino que me perdía entre las hojas de las lecturas que llevábamos. Creo que era el tal Heidegger quien dijo eso o sería alguno de aquellos autores que se perdían en la nebulosa de sus pensamientos y en las abstracciones del mundo. Era seguro que a ellos también los habían dejado, tal vez habían amado y los habían dejado o quizás ellos fueron los que dejaron llorando a alguien. Eso ya no importa, uno llora porque quiere y porque quiere es que algún día tiene que parar. Eso fue lo que te dije en esos momentos, lo recuerdo porque de repente tus ojos se llenaron de agua y algo en mis brazos permitió que te diera un abrazo sincero, como aquellos que a uno le dan cuando es una niña y se cae, como aquellos que me daba mi mamá cuando me hería las rodillas en cada caída.

Tu lloraste, pero sabías que las cosas iban a mejorar, lo sé porque cuando llegamos a la casa ya no te comiste ni un solo chocolate y volviste a vestir con todo aquel glamour que siempre tuviste. Seguiste y seguramente te diste cuenta que la única manera de crecer era chocándote de vez en cuando, pero de las vivencias complicadas uno saca el coraje y crece. Regresamos al departamento y preparaste el almuerzo, viste tele y hasta reíste con aquel capítulo de Friends que repiten en el canal 17. Te reíste tanto y tan fuerte que al menos me quedé tranquila, me quedó la certeza que habías aprendido a que no importa lo lejos que estemos siempre podrás tocar mi puerta. Reíste tanto que ahora llorabas al ver lo absurdo de las comedias americanas. La colcha ya no te traía malos recuerdos, sino que de ellos recuperaste lo mejor para alimentar tu ser, reíste tanto y tan fuerte que despertaste a Sandra, que salió a quejarse pero no pudo con su asombro cuando se lo dijiste, cuando le contaste porque es que ya no llorabas sino que reías y aunque ella le pareciera que era una cosa de locos reír del mismo capítulo visto más de 10 veces, entendió que así como no importaba lo rápido que hayas ido o lo fuerte que te hayas golpeado, ya habías aprendido a levantarte. La sorprendiste porque no lo espero de ti y menos espero que la salida a todo aquello haya sido un paseo por un cartel de Rainbow, un tazón de cereales y mi propio logro.

- Alina aprendió a abrazar.
- ¿Qué?
- Así es Sandra, cierra la boca, es cierto.
- ¿Alina…?
- Es cierto. Sandra en verdad cierra la boca.
- Así es, Alina aprendió a abrazar y yo a levantarme y no llorar.
- ¿Ahora eres fuerte?
- No, sólo aprendí a pelear por lo que quiero y quiero dejar de llorar.
- .... y además Alina aprendio a abrazar.
-¿ Genial no S?
- Si creo que si.


1 comentario:

Marisella dijo...

Me encantó!!! *__* Y pusiste la foto que te pasó Astro! awww....q bonito!!!!