domingo, 22 de mayo de 2011

Audrey

Tendido sobre el piso, a lo lejos pude ver como subió a la fuerza en el Chevrolet negro. Quería ver más pero mis ojos se rindieron al dolor desde mi nuca hasta la frente. Eran borrones, neblina que cubrió mis ojos y no me dejó ver la placa de aquel carro que se la llevó.

Eran las cinco y algo de la mañana cuando el timbre comenzó a sonar. Era un ruido constante y fuerte. Audrey me sacó de los sueños para que le alcance la llave del edificio. Salí por la ventana, tenía los tacones en la mano y una carta en la otra. Lancé la llave y regresé a mi cama, luego de unos minutos empezó a llamar sin descanso a mi puerta. Abrí la puerta y Audrey saltó sobre mí. La carta era de la universidad, iban a publicar mi libro. Sin esperarlo, recibí el abrazo que tanto había anhelado.

Era afortunado al conseguir uno de esos abrazos que duran mucho y se sienten bien. Un abrazo de ella era un lujo que no todos han tenido el privilegio de disfrutar. Audrey solía llegar a casa a eso de las 5 o 6. Yo le alcanzaba las llaves y ella me servía de despertador. Cuando todos los vecinos del edificio se disponían a ir al trabajo, ella llegaba. Todos los días con un vestido nuevo y las gafas de sol. Dormía cuando yo tipiaba las noticias en el periódico. Cuando regresaba era su rostro el que veía salir. Una sonrisa y se embarcaba hacía un nuevo encuentro, siempre en aquel Chevrolet Bel Air.

- Deberías salir más seguido Fred, así te olvidas de tanta máquina de escribir.

- Otro día con gusto iré de amanecida contigo.

- No, conmigo no puedes. A menos que puedas pagar las cosas que te pida.

Aquel día, como parte de la celebración, Audrey me permitió salir con ella. No en su horario habitual. Tal vez para que no nos vieran, para recordar como luce el día. Tomó mi abrigo y de un jalón me llevó hasta la puerta. Para ella el día era joven y la vida se acababa cuando uno lo decidía. MI nueva publicación parecía haberle caído como excusa perfecta para no estar en casa. Ese día no quería quedarse en casa, las manos le temblaban de las ansias.

Primero fuimos al bar de Joe, quién nos ofreció un trago gratis. Era muy temprano y apenas había luz. El momento perfecto para comenzar el paseo por Central Park hasta llegar al cobertizo. Un largo paseo, apropiado para el abrigo rojo de Audrey, desgastante para mis zapatos. Ella no dejaba de mirar atrás, tal vez el parque no era tan seguro a esas horas de la mañana. Tomar champagne para el desayuno era su costumbre pero a mí me estaba empezando a pasar factura, necesitaba más que una bebida. Paramos en la cafetería por un pretzel y un café. Tomamos la novena avenida. Audrey no le quitaba los ojos a los escaparates, siempre había gafas nuevas para comprar o un vestido para probarse. Buscaba alguna tienda abierta, cruzamos sin mirar entre los taxis amarillos.

Paramos un momento, se acomodó los lentes de sol y el sombrero negro: Vamos a robar Fred.

- Escoge algo que quepa en el bolsillo.

- ¿Has hecho esto antes?

- Querido, no siempre he tenido quien me pague las cuentas o los gustos.

Escogí una pequeña caja musical, sonaba Moon River. Volteé a decirle que esa era la caja elegida. Audrey estaba en la ventana viendo a través de las cortinas raídas de la tienda de antigüedades. Las cerró rápidamente. No sabía si buscaba a alguien, tal vez quería ver que no viniera ningún otro cliente, nadie que pudiera pillarnos en medio del robo. Levantó la ceja, esa era la orden para irme a ver otros objetos. Me quedé mirando unas lámparas pero podía sentir sus tacones en el piso de madera. Pasos ligeros y seguros. Sentí su brazo enredarse con el mío. Le dio una sonrisa al hombre que estaba en el mostrador y salimos. Cruzamos la puerta y corrimos con la sensación de haber robado un banco. Nadie nos había visto, pero Audrey comenzó a correr. El golpe de los tacones aumentaba más y más. Miraba hacia los costados, su mano apretaba cada vez más la mía. Nuestros pies ya no se detenían, los ojos de Audrey ya no buscan los escaparates. Su respiración era cada vez más fuerte. Ya no sentía nuestros pasos, sentía sus latidos.

Una pared se puso delante de nosotros. Dos hombres vestidos de negro se detuvieron justo en la esquina de la novena con la décima.

- Te vimos Audrey. ¿Por qué no fuiste ayer?

- Vamos chicos, dejen que él se vaya.

- ¿Por qué no fuiste ayer? ¡CONTESTA!

- ¿Qué está sucediendo? ¿y ustedes? Audrey vamos.


Sentí un golpe. Cayeron mis rodillas y al final mi rostro.

En el invierno de Nueva York el pavimento realmente se congela.

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