El agua corría casi fría. Las imágenes la seguían inundando y la preocupación por Tito se convirtió en un dolor de cabeza que por momentos le cegaba la vista. Los oídos aún le zumbaban. Tragó agua y recordó que se moría de sed.
Le dio sed cuando estaba caminando, cuando a cada paso alzaba la voz. La sed apareció cuando tuvo que correr entre la multitud. Su cuerpo le pidió a gritos agua cuando apareció la policía. Ahora que podía tomar agua sólo le producía náuseas. Era incapaz de sentir frío a pensar del agua casi helada en medio de junio. Era incapaz de sentir algo más que no fuera miedo. Ese que se siente cuando descubren tu nombre. Nunca antes sintió temor como aquel día con la certeza que ya era demasiado tarde para deshacer el camino. Al fin entendió que sólo era cuestión de tiempo para que volviera a oír de ellos, tal vez cerca a su casa. Al cerrar la ducha escuchó los pequeños golpes en la puerta.
Luego de varios golpes en la puerta al fin consiguió respuesta. Unos segundos después al abrir, Macarena se dio cuenta que algo malo estaba sucediendo con su hermana. Sobre su desnudez se marcaban los moretones, carne molida con furia y rencor. Se veía más delgada que de costumbre. Un temblor en sus brazos iba del dolor al miedo. Sujetó las manos de su hermana con temor de preguntar lo que había sucedido. Como si Macarena fuera su único anclaje a la realidad, le apretó muy fuerte las manos. Empezó a contar con la mirada perdida, mirando en su memoria. Ella, Mateo y Nicolás pudieron escapar a tiempo pero habían tomado a Tito. No sabía que tan seguro era para ellos. No sabía si él iba a ser lo suficientemente fuerte o cuánto demoraría antes de empezar a soltar nombres, referencias o mentiras.
Macarena metió la ropa sucia de su hermana en una bolsa. Estaba llena de un olor ácido que le lastimaba la vista. Tomó el bolso de su hermana que estaba sobre la cama. El aza estaba roto y adentro encontró los papeles que antes estaban escondidos debajo del colchón. Recordó lo enojado que estaba su papá cuando encontró esos volantes. Se enfureció, gritó y vociferó que aquello era propaganda peligrosa. Cuando su padre se enteró que fue su hermana quién los había arrojado por el balcón del edificio central de la universidad su rostro se llenó de furia y la cólera que llevaba dentro la desató con un golpe voraz contra su hija mayor. Fue en ese momento que Macarena entendió que su hermana estaba metida en algo más grande de lo que se imaginaba.
- ¿Fuiste?
- Si.
- Pero….
- ¿Pero qué?
- Papá te dijo que no fueras.
- Ya estoy adentro Macarena. No hay marcha atrás.
- ¿Qué buscas? ¿Y nosotros? ¿Papá?
- ¿Ustedes?
- Si algo te pasa. Mira lo que te han hecho. Sabes que están llevándose a la gente.
- ¿Crees que no tengo miedo? Ya saben quién soy.
- Mira como te golpearon.
- Es el miedo de oírnos Macarena, eso es lo que genera la violencia.
- Tienes que decirle a mi papá.
- Macarena, no puede enterarse.
- Pero…
- NO PUEDE ENTERARSE.
Mateo les había contado que la gente sólo estaba a salvo si no los identificaban. Lo único que le quedaba era irse, lo antes posible sin mucho en el bolso. Mateo ya estaba listo, pasaría a las 10 por ella. Sin saber a dónde tenía que escapar. Sin fecha de retorno.
La cena ya estaba servida, sus padres ya estaban sentados en la mesa. Su madre tenía la casa perfecta, un buen matrimonio y dos hijas. Para ella eso era suficiente. Para ella no pasaba nada en el país, ni el puesto de su marido en el senado estaba en peligro ante el cambio abrupto del gobierno. Para su mamá la vida seguía normal, por lo menos hasta la hora de la cena. Su papá se había librado de su prisión política. Estaba con el cuello de la camisa desabrochado, la corbata ya estaba guardada. Su padre les dio una sonrisa y agachó su cabeza para bendecir los alimentos. Hacía un buen tiempo que ella había dejado su fe de lado. Había servido sólo para tenerla unos años ciega ante la muerte, el dolor y las voces que caminaban en las calles. El resto de su familia terminó sus oraciones.
- Hoy fue un desastre salir del centro.
- ¿Por qué?
- ¿No viste las noticias? Esos jóvenes de nuevo, marchando.
- Siempre me preguntó qué será de las madres de esos chicos.
- ¿Por qué mamá?
- Es obvio que tu madre se pregunta por qué esas madres no fueron mejores guías…
- Papá, ellos sólo están pidiendo por justicia.
- ¡BASTA!
- Papá, pero…
- No arruines la cena hijita, deja a tu papá comer…
- Si alguno de tus amigos ha estado ahí espero que no lo vuelvas a ver. ¿Entendido?
Sonó el timbre tan fuerte que la cuchara de su padre cayó sobre la sopa como un presagio. Uno de los empleados se dirigió hacia la puerta. Cuando apenas salía del comedor se oyó un golpe. Otro golpe más fuerte y la madera contra el piso. La puerta. Las preguntas en voz alta. ALINA SALDARRIAGA ¿Dónde está? Otro golpe. Ahora lo que sonó fue el puño contra un rostro y el grito de la madre de Alina. Gritos, palabras con sentido sólo para aquellos hombres.
Su padre se levantó de de la silla. Las dos empleadas se quedaron muy quietas en el marco de la puerta de la cocina. Al fin Macarena entendió a qué se refería su hermana “Ya saben quién soy”. Su madre las tomó de los brazos y las sacó de sus sillas. Se paró delante de ellas, asustada por las pisadas que se oían por toda la casa. Pisadas eran fuertes y rápidas. Golpes y estruendos en el segundo piso, ya estaban en los cuartos. Un golpe fuerte y vidrios rotos. Una puerta golpeada y el gritó que tanto temían: ALINA SALDARRIAGA. Su padre volteó a verla, pidiendo respuestas con la mirada, sin saber que podía ser la última vez. Su nombre se oyó en toda la habitación mientras el padre de Alina les reclamaba por entrar sin permiso a su casa. Aquellos hombres encapuchados no estaban entrenados para oír. Golpearon a su padre. La piel de su rostro sonó casi al mismo tiempo que su madre gritaba de miedo. Las rodillas de su padre rebotaron contra el suelo. Alina le soltó la mano de su madre con una caricia de despedida. La capturaron con fuerza y sin cuidado. Miró a su mamá y a Macarena por última vez. Unas señales con las manos entre ellos y todos empezaron a salir de la casa. Las súplicas de su madre y su padre golpeado en el piso sin explicarse por qué se llevaban a su hija fue el último cuadro que pudo ver.
Macarena sujetó el cuerpo agotado de su madre. No volvió a ver el rostro de su hermana, ahora tenía una capucha que la cubría. El cuerpo tenso de Alina trató de aferrarse a la puerta. Un golpe secó en el rostro. No podía ver nada pero sentía la sangre en la mejilla. Sintió miedo por no verlos más.
Tenían preguntas sin saber a quién hacerlas. Sabían que les dirían que vayan a la estación de policías a preguntar por ella. Sabían que en realidad ella jamás pisaría ese sitio. Tirado en el piso su padre abrió los ojos para ver la mirada de un hombre que le susurró al oído.
- Debería criar mejor a sus hijas senador Saldarriaga. No nos gusta la traición.
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