De mis maestros de kinder me acuerdo poco pero por los relatos de mamá sé que la primera profesora que tuve fue la Miss Miriam, con solo un día bajo su tutela y con un discurso que quedará en el efímero mundo de los recuerdo infantiles me hizo abandonar de por vida el chupón que (con orgullo) llevé hasta los 4 años, hasta el primer día de nido.
Avance por kinder entre los papeles lustres y las crayolas, sin muchos más recuerdos. La primaria sería un nuevo mundo y por alguna ilusa razón sentía que pasar a primer grado era mi primer paso a la adultez. Primer y segundo grado las pase en un colegio que dejó mucho que desear a mi madre y que a mí no me generó muchos recuerdos educativos, ningún maestro sobresaliente y también mucha distracción de mi parte. Sin embargo, el primer giro se dio cuando me cambiaron al Beata Imelda. Es ahí donde mi travesía educativa comenzó. Desde tercer grado de primaria hasta quinto de secundaria pasaron por mis salones un sinfín de profesores y aunque todos siempre fueron muy amables conmigo debo confesar que a muchos yo no los llegué a apreciar en su momento como lo hago ahora, tal vez porque cuando tienes 8, 10 o 16 años parece absurdo que te estén diciendo que te sientes bien, que saludes o que no comas en clase. Luego, cuando sales y trabajas, cuando sales y te chocas con el mundo te das cuenta que todo eso que te parecía absurdo son normas que te sirven. No olvidaré a la Frau Gloria, que no sólo me enseñó matemática sino que también nos cuidaba en el bus de regreso, ahora creo que si no hubiera ido con nosotros seguro hubiéramos muerto tal vez en medio de un salto entre asiento y asiento. Hay profesores que me acompañaron desde siempre como el Profesor Marlon y sus clases de computación. Comenzamos con los sencillos rompecabezas de Mickie Mouse para en quinto de secundaria rompernos la cabeza tratando de usar las fórmulas más complicadas del Excel.
Están los profesores de los cursos que más aburren. El profesor Velázquez nunca perdió la paciencia ni las esperanzas de que aprendiera algo en las clases de matemáticas, siempre con una sonrisa insistió con los productos notables, información que aunque no recuerdo entendí en su momento para el examen y alguno que otro ejercicio. Largas horas fueron las que pase en las clases de alemán extremadamente aburrida entre los verbos y la gramática que es una locura con sus declinaciones y verbos que van en segunda posición o al final de la oración. Horas de horas sobre todo los tres últimos años, con Frau Kromer, que nos enseñó, nos llamó la atención y ahora sin embargo me sirve mucho el alemán que nos enseño siempre con una constante de excelencia. Ahora no sólo me sirve para trabajar sino para leer a los autores alemanes sin problema alguno, Goethe y yo hemos tenido un reencuentro desde que lo leo en su idioma original. Si bien en estas clases me aburría la diversión me llegaba con las clases de la Sra. Ana que no sólo se dio cuenta por mi interés casi incesante por la historia sino que muchas veces me ayudó con información adicional. Gracias por los ejercicios extras cuando el ritmo de la clase me quedó chico y por recomendarme libros y darme información nueva, este estímulo fue el último empujón que necesitaba para saber que mi destino eran las letras y ahora aquí me encuentro estudiando literatura. Curso de mi adoración, curso que llevé con mucho agrado con Virgina, con quien reí tanto o con la Frau Rina, quién a pesar de los impases, siempre apreció mi hábito de lectura incluso cuando creyó que era muy pronto para hacer mi resumen de lectura sobre Cien años de Soledad, en sexto grado.
Algunos fueron únicamente mis profesores, hay otros que si fueron mis maestros, no sólo porque se dedicaron a transmitirme conocimientos sino porque en ellos siempre hubo una vocación de formación. Incluso de aquellos cursos de los que a veces unos siente que no aprende nada, ahora me doy cuenta que si me sirvieron para fortalecer mis convicciones como en el caso de la religión, ahora soy agnóstica con bases dadas gracias a la clase de religión (aunque no creo que el Padre Christian este muy contento con esta declaración, aunque por ahí y siempre lo sospechó).La filosofía en el colegio sin mucho que desarrollar por el corte basado en la fe también tuvo una gran importancia en mí, pues gracias a estos aspectos descubrí que si la información no te la dan el colegio las puedes conseguir en buenos libros y así fue que impulsada por este silencio en las clases escolares conocí a Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Nietzsche o Sartre.
A todos ellos debo en parte lo que soy y por eso hoy les quiero decir gracias por la paciencia, las llamadas de atención, las buenas conversaciones y la confianza que muchas veces depositaron en mí. A veces uno dice que lo que extraña más del colegio son los amigos, yo no, porque a mis verdaderas amigas aún las veo y somos ahora más unidad, pero si extraño a mis maestros que no sólo me dieron conocimientos académicos sino que muchos reforzaron en mi las aéreas que más me interesaban y otros me enseñaron que “No puedo aprender sólo las cosas que me gustan”. Sin embargo, los maestros los encontramos a lo largo de la vida, gente con vocación que nos sorprende con grandes gestos de desprendimiento y paciencia como es el caso de Raúl, mi profesor de quechua y una especie de mentor para los autodenominados Uyarisun. Sin Raúl no podríamos decir ni “hola” en quechua y le debemos un GRACIAS inmenso e invaluable por enseñarnos sin recibir nada a cambio además de la satisfacción de vernos avanzar en nuestros conocimientos del quechua y claro ricos lonches de vez en cuando.
Por último y si tengo que hablar de maestros, no puedo dejar de lado a las tres personas responsables de mi acercamiento (y posterior vocación) a la literatura. Carla, mi madre abrió frente a mis ojos el primer libro cuando aún no sabía leer y me mostró maravillosos mundos con mayor encanto de los que veía en la televisión, pues todo lo que yo leía no lo veía sino que lo construida en mi mente. La biblioteca de mi tío Pacho, en esos tiempo aún estudiante de la Católica, me permitió llegar a más libros entre ellos La historia sin fin y El Principito. Ellos me dejaron crecer y leer a su lado y sin buscarlo ahora compartimos comentarios, apreciaciones e incluso gustos. Por último Andrés, mi papá (aunque el reniegue de la carrera que elegí, también es participe de este crecimiento) llegó con su colección de Agatha Christie y más libros que me parecían gigantes pero que los terminé leyendo y desesperando porque no llegara el final.
Estoy segura que en el transcurso de mi vida encontré a muchas personas con la vocación y la paciencia para la enseñanza, con el desprendimiento para compartir lo que sabe y que despierten en el otro el interés por el conocimiento. A todos los maestros que he tenido les digo gracias porque más que enseñarme, despertaron en mí la necesidad de conocer siempre más.
Kausachun yachachiqkuna!
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